Cachi y La Caldera votaron Milei: ¿crisis de representación o una nueva gramática del voto?

Política30/10/2025 Lo que dejaron las elecciones
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En dos departamentos con senadores abiertamente antimileístas (Wayar y Calabró), La Libertad Avanza ganó con amplitud. Cachi: 1.729 votos (39,46%) vs 624 (14,24%) de Fuerza Patria. La Caldera: 5.527 (48,55%) vs 1.367 (12,01%). Incluso en La Candelaria, Urtubey solo alcanzó el segundo puesto. El mapa obliga a revisar no solo liderazgos sino la forma misma en que las comunidades demandan política.

La escena es, a primera vista, un contrasentido: dos territorios cuyo anclaje institucional está representado por senadores que cuestionan sin matices el mileísmo eligen, con números rotundos, a La Libertad Avanza. Lo que parece una anomalía se vuelve, al mirar fino, una pista: la representación ya no se valida por cercanía ideológica ni por el rango del portavoz, sino por la promesa creíble de alterar la realidad inmediata. En Cachi, LLA se impuso con 1.729 votos (39,46%) frente a los 624 de Fuerza Patria (14,24%). En La Caldera, la brecha fue aún más explícita: 5.527 (48,55%) contra 1.367 (12,01%). Son números que no admiten excusas tácticas: describen un corrimiento de preferencias donde la lealtad a liderazgos locales cede ante una expectativa de cambio más primaria, casi instrumental.

Wayar y Calabró quedan así interpelados por un fenómeno que excede sus biografías políticas: la desincronización entre los tiempos de la dirigencia y los tiempos del electorado. La representación, entendida como un crédito que se renueva por inercia, enfrenta su límite cuando el votante hace una auditoría silenciosa de desempeño y encuentra desajustes: servicios que no llegan, trámites que no se resuelven, precios que muerden, transporte que no alcanza, promesas que envejecen más rápido que las obras. No es que las comunidades “se vuelvan mileístas” de un día para el otro; es que premian a quien sintoniza su urgencia y castigan a quien, aun bien intencionado, habla en un idioma que dejó de tener efecto.

Este movimiento se apoya en tres fuerzas concurrentes. La primera es la economía de supervivencia: la inflación, la informalidad y los costos hundidos del día a día convirtieron la paciencia en un bien escaso. La segunda es la desintermediación digital, que permite un contacto político sin traductores locales —un mensaje vertical, breve, emocional— que erosiona la ventaja histórica del “cacicazgo” territorial. La tercera es una demanda de ruptura simbólica: la promesa de “romper” con lo conocido, más allá de su viabilidad, funciona como catalizador de hartazgo. En ese cóctel, cualquier discurso que invite a “esperar un poco más” corre con desventaja.

El dato de La Candelaria —donde Fuerza Patria, con Juan Manuel Urtubey como principal candidato, solo alcanzó el segundo puesto— refuerza la hipótesis: la marca no sustituye a la sintonía fina. Axel Kicillof puede ser figura estelar del espacio a nivel nacional, pero el lustre importado no alcanza si la oferta local no traduce en soluciones verificables la narrativa general. Lo que los votantes parecen exigir se resume en una ecuación austera: menos épica, más ejecución; menos catecismo identitario, más contrato de gestión. ¿Qué vas a hacer? ¿Cuándo? ¿Cómo lo voy a notar? La política vuelve al terreno de lo mensurable, casi como un servicio con garantías.

Hablar de “crisis de representación” puede ser tentador, pero también impreciso. Más que una caída del sistema, lo que se observa es una reconfiguración de sus reglas: la confianza ya no es un capital que se atesora, sino un flujo que se gana y se pierde con velocidad. El votante no rompe para siempre, conmuta. Ese switch —rápido, a veces sin nostalgia— obliga a la dirigencia a pensar su tarea como un vínculo de alto mantenimiento: escucha continua, respuestas cortas, entregables concretos. De lo contrario, el voto salta el alambrado sin pedir permiso, aun cuando el referente local coincida con parte de sus críticas al poder central.

En este contexto, el “fin de los viejos discursos” no significa que las banderas históricas carezcan de sentido, sino que dejaron de ser llave única. La defensa de la provincia, la equidad, la moderación antipéndulo: todos siguen ahí, pero ya no abren puertas si no vienen acompañadas de métricas visibles. Agua que sale por la canilla, conectividad que llega a la escuela, transporte que achica tiempos muertos, seguridad que se nota a la noche, precios que no cambian entre la mañana y la tarde. Lo local, en su versión más concreta, desplazó a lo doctrinario como primera condición del pacto político.

Para Fuerza Patria, el desafío no es meramente comunicacional. Implica reordenar su oferta en términos de usabilidad política: procedimientos simplificados, ventanillas menos, respuesta en 48/72 horas, transparencia sin adjetivos, criterios de mérito sin laberintos, presencia territorial que se mida en soluciones y no en actos. Implica también un lenguaje: menos solemnidad y más didáctica, menos documento y más tutorial. La pregunta es si el espacio puede competir “dentro” de los temas que LLA colonizó —orden, anticasta, eficiencia— pero con traducción salteña y evidencias de gestión que desactiven el atajo emocional de la ruptura por la ruptura misma.

Lo ocurrido en Cachi y La Caldera, leído así, no es un reproche a personas, sino la notificación de que la política local ya no se plebiscita en clave de biografías, sino de prestaciones. La victoria de LLA en departamentos con senadores antimileístas no contradice a esos senadores: los desacomoda. Les dice que la legitimidad no se hereda ni se declama; se demuestra en cada recibo de agua mejorado, en cada trámite que se resuelve sin peregrinar, en cada kilómetro de ruta que acorta la distancia con el mercado, en cada comisaría que responde a la primera llamada. Si esa demostración no llega a tiempo, el electorado opera con una lógica tan simple como implacable: cambia de proveedor.

Tal vez, entonces, no estemos frente a una “crisis”, sino ante la consolidación de una nueva gramática del voto: menos liturgia, más evidencia; menos verticalismo, más conversación; menos espera, más ahora. En ese idioma, Cachi y La Caldera acaban de dar su clase inaugural. Queda por ver quién toma apuntes y quién insiste en rendir el examen con los apuntes del siglo pasado.
 
 
 

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