

El Gobierno de Javier Milei decidió meter un tema sensible en la negociación más importante del año que viene: el sistema electoral. En el marco de las conversaciones por el Presupuesto 2026, la Casa Rosada no solo discute números, obras y fondos con los gobernadores; también quiere que las provincias ayuden a instalar la Boleta Única de Papel (BUP) en aquellos distritos donde todavía se vota con las clásicas papeletas múltiples.
La mesa política del oficialismo, con el ministro del Interior Diego Santilli como operador central junto al equipo económico, definió que en los “próximos días” presentarán los proyectos de reforma laboral e impositiva que buscan tratar en sesiones extraordinarias. En ese combo de reformas estructurales aparece la BUP como una ficha más en el tablero: el mensaje hacia las provincias es claro, hay presupuesto, pero también hay condiciones.
En ese mapa general, Salta aparece como un caso particular. Mientras Nación busca “modernizar” el sistema con una boleta única en papel, la provincia viene usando voto electrónico desde el 11 de abril de 2011. Es decir, hace más de una década que juega otro partido: ni boleta sábana, ni boleta única, sino máquina. Y eso abre una discusión política incómoda: ¿qué pasa cuando el gobierno nacional vende transparencia con papel, mientras la provincia sostiene un sistema digital cuestionado por sectores de la oposición? ¿Le conviene a Gustavo Sáenz esta conversación? ¿O son los libertarios salteños quienes tienen más motivos para festejar?
La estrategia nacional está planteada en términos de “orden” y “racionalidad”: menos impuestos, reformas estructurales y boleta única para limpiar la oferta electoral y reducir el peso del aparato. En la negociación con los gobernadores, según dejaron trascender fuentes oficiales, se propone que las provincias acompañen con baja de tributos y que, desde el territorio, ayuden a impulsar la BUP en aquellos distritos donde todavía se reparten decenas de listas en el cuarto oscuro. El argumento es conocido: la boleta única simplifica la experiencia del votante, reduce la posibilidad de robo de boletas y le quita poder a las estructuras partidarias tradicionales.
Salta, a primera vista, queda afuera de ese diagnóstico. No tiene el problema de la boleta sábana para sus elecciones provinciales porque desde 2011 utiliza máquinas de voto electrónico. En los papeles, podría presentarse como pionera: mientras el resto del país sigue discutiendo si ordena el papel, la provincia ya “modernizó” su sistema hace años. Esa es la narrativa que podría intentar explotar el saencismo: Salta no es parte del atraso, sino del laboratorio tecnológico.
Sin embargo, la historia real es bastante más áspera. El voto electrónico salteño acumula más de una década de polémicas técnicas, políticas y sociales. Expertos en informática, organizaciones civiles y sectores de la oposición vienen señalando problemas de auditoría, dudas sobre la trazabilidad del voto, dependencia tecnológica y altos costos de implementación. El ciudadano no ve directamente cómo se cuenta su voto: debe confiar en la pantalla y en la máquina. Y esa “caja negra” es lo contrario del ideal libertario de un sistema simple, barato y verificable a primera vista.
En ese contexto, la ofensiva de Milei por la Boleta Única de Papel puede resultar, paradójicamente, más cómoda para los libertarios salteños que para el propio gobernador. Si la Casa Rosada insiste en presentar la BUP como sinónimo de transparencia, control ciudadano y baja de costos, la comparación con el sistema salteño se vuelve inevitable. La pregunta se impone sola: si para las elecciones nacionales la boleta única es más clara y más limpia, ¿por qué la provincia debería seguir votando con máquinas?
Para Gustavo Sáenz, el escenario es ambivalente. Por un lado, puede intentar capitalizar la coyuntura mostrándose alineado con la Casa Rosada en el discurso general de reformas, sin tocar de inmediato el sistema electoral provincial. Podría decir, por ejemplo, que apoya la BUP para cargos nacionales y que Salta ya hizo su propio camino de modernización en 2011. Esa posición le permitiría negociar fondos y obras sin abrir, de entrada, el debate local sobre el voto electrónico.
Pero el riesgo político es evidente: cada vez que Nación hable de “reglas claras” y “sistemas confiables” con boleta única, se le recuerda a la sociedad salteña que aquí las reglas dependen de una tecnología que no todos entienden y que no todos confían por igual. La discusión nacional puede reactivar un expediente que en Salta nunca terminó de cerrarse: ¿qué tan transparente es un sistema que obliga al votante a confiar en una pantalla? ¿Quién controla, de verdad, el proceso cuando la lógica se vuelve técnica?
Del otro lado, los libertarios salteños tienen un campo fértil para crecer. Pueden colgarse del discurso nacional, celebrar la Boleta Única de Papel como bandera de la “nueva política” y, al mismo tiempo, cuestionar el voto electrónico local como símbolo de una vieja forma de control, pero con estética de modernidad. En términos de relato, la ecuación es perfecta: BUP para la Nación, auditar o reemplazar el voto electrónico en la provincia. Menos aparato y menos cajas negras.
Si el debate se instala en serio, pueden ocurrir varias cosas. La más probable, al menos en el corto plazo, es un esquema de doble régimen: boleta única para las elecciones nacionales en Salta y voto electrónico para las elecciones provinciales y municipales. Eso permitiría a Sáenz sostener el sistema que conoce y administra desde hace años, mientras Milei vende la BUP como triunfo en el Congreso. Pero esa convivencia también puede transformarse en una vitrina comparativa incómoda: el mismo ciudadano que vota con una boleta clara para diputados nacionales, pasa a una máquina cuando elige intendente o gobernador. La pregunta de “¿por qué acá sí y acá no?” puede volverse un argumento potente para la oposición.
Una segunda derivación posible es que, presionada por la discusión pública y por la necesidad de mostrar sintonía con Nación, la dirigencia salteña se vea obligada a discutir seriamente el futuro del voto electrónico. No necesariamente para abandonarlo de inmediato, pero sí para abrir el juego a auditorías más profundas, revisiones técnicas independientes o incluso una transición hacia otros modelos. Allí los libertarios y otros sectores críticos podrían encontrar una oportunidad para disputarle a Sáenz el relato de la modernización y presentarse como los verdaderos impulsores de un cambio de fondo.
En definitiva, la Boleta Única de Papel que Milei quiere poner en el menú de la negociación por el Presupuesto 2026 no es solo una cuestión de diseño de papel. Es una pelea por el sentido de la transparencia, la confianza y el control del voto. En ese tablero, Salta no es un actor marginal: es un caso testigo de cómo una provincia que se adelantó en tecnología puede quedar, de golpe, a contramano del nuevo discurso nacional.
¿Le conviene a Sáenz este escenario? En parte sí, porque puede capitalizar políticamente su condición de aliado dialoguista y aprovechar la negociación por recursos. Pero también lo expone a una discusión incómoda sobre un sistema electoral que carga con críticas y sospechas. ¿Festejan los libertarios salteños? Todo indica que tienen motivos: pueden abrazar la BUP como bandera nacional, apuntar contra las boletas múltiples en otros distritos y, de yapa, cuestionar el voto electrónico salteño como parte de la “vieja política” que Milei dice querer enterrar.
Lo que ocurra en el Congreso con la Boleta Única, el Presupuesto 2026 y las reformas laboral e impositiva no se definirá solo en términos de números. También puede terminar de reconfigurar, desde Buenos Aires, el debate sobre cómo se vota y quién fija las reglas del juego en Salta. Y en esa discusión, nadie juega gratis.




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