


La inauguración del mega templo evangélico “Portal del Cielo” en Chaco, con miles de personas movilizadas, adoración multitudinaria y promesas de milagros, no puede analizarse solo como un hecho religioso. Es, cada vez más, un gesto político. Un acto de ocupación territorial. Una muestra explícita de poder organizado.
Desde hace años, los grandes movimientos evangélicos —especialmente los de matriz neopentecostal— vienen construyendo una estructura de influencia que va mucho más allá de la fe. Se instalan en barrios populares, suplen funciones básicas donde el Estado se retira, construyen sentido, ofrecen pertenencia, y a cambio cultivan fidelidades.
La Iglesia Cristiana Internacional, liderada por los pastores Jorge y Alicia Ledesma, es parte de ese fenómeno. Su crecimiento es resultado de una estrategia clara: ofrecer una respuesta totalizadora a los problemas cotidianos —salud, adicciones, pobreza, violencia familiar, desempleo— sin necesidad de intermediación estatal. Lo que no se dice es que esa respuesta muchas veces se estructura en torno a valores profundamente conservadores, con fuerte rechazo a la diversidad sexual, los derechos reproductivos y el pensamiento crítico.
Mientras tanto, muchos sectores políticos, sobre todo conservadores o ultraliberales, se acercan a estos espacios como aliados funcionales, sabiendo que su capacidad de movilización y adoctrinamiento puede transformarse en votos.
Los pastores dicen no hacer política, pero intervienen en la esfera pública: disputan sentidos, orientan decisiones, imponen agendas. La frase “Dios por encima de todo” ya no es solo una expresión de fe; es una consigna de orden, autoridad y disciplinamiento social.
Hoy, mientras miles de personas aplauden entre lágrimas el “mover del Espíritu” en Chaco, deberíamos preguntarnos: ¿quién financia estos eventos? ¿Qué ideologías se están sembrando entre los más vulnerables? ¿Qué papel están cumpliendo estas iglesias en la configuración de nuevas derechas en América Latina?
Las iglesias evangélicas no solo ganan espacio en los barrios. También avanzan en la justicia, en los medios, en el sistema educativo, en las legislaturas. Mientras el Estado se desmantela o se ausenta, ellas ofrecen orden, pertenencia y sentido. Pero también, condicionamientos.
Hablar de esto no es atacar la fe. Es defender la democracia, la libertad de conciencia y la construcción de una ciudadanía crítica. Porque cuando el púlpito se transforma en plataforma de poder, es tiempo de encender las alarmas.



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