Por qué el nombre de Dante Gebel empezó a sonar y qué expresa el avance evangélico en la política

Política15/12/2025 PresiDante y el “voto de fe”
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No fue un acto partidario ni una foto con dirigentes. Fue un escenario, un micrófono y miles de personas aplaudiendo. El cierre de PresiDante en el Gran Rex no lanzó formalmente ninguna candidatura, pero activó algo más profundo y, por eso mismo, más inquietante: la confirmación de que el evangelismo ya no se conforma con influir desde los márgenes y empieza a tantear el centro del poder político.

Que el nombre de Dante Gebel haya sido incluido en una encuesta nacional de intención de voto rumbo a 2027 —aunque haya cosechado apenas un 1,8%— no es una anécdota estadística. Es un síntoma. En política, cuando alguien “entra en la conversación” sin haber hecho campaña, sin partido y sin estructura electoral tradicional, lo que aparece no es un candidato: aparece un vacío, el de la representación.

La política argentina atraviesa una crisis prolongada de credibilidad, liderazgo y sentido. En ese terreno erosionado, la fe ofrece lo que la política dejó de garantizar: comunidad, certezas, orden moral y pertenencia. El evangelismo entiende ese clima mejor que nadie y actúa en consecuencia. No irrumpe con boletas ni con plataformas; irrumpe con valores, relatos y redes sociales reales, de carne y hueso, que funcionan donde el Estado llega mal o no llega.

Dante Gebel no es un dirigente clásico ni parece querer serlo, al menos por ahora. Su capital no es ideológico sino simbólico. No convoca por un programa económico, sino por una promesa moral. No habla de déficit o inflación; habla de sentido, de familia, de fe, de propósito. Y eso, en tiempos de intemperie social, pesa más de lo que muchos analistas están dispuestos a admitir.

El dato que incomoda no es cuánto mide hoy, sino qué representa que alguien como él sea medido. Representa que el sistema político ya acepta —y en algunos casos promueve— la idea de que la legitimidad puede venir del púlpito tanto como de las urnas. Representa que la frontera entre religión y política se vuelve cada vez más porosa. Y representa, sobre todo, que ciertos sectores de poder empiezan a ver en el evangelismo un socio útil: disciplinado, territorial, movilizado y con una narrativa que ordena el conflicto social en términos morales.

Porque el evangelismo no desembarca en la política sólo para “participar”. Desembarca con intereses concretos: incidir en la agenda pública, condicionar debates sobre derechos, influir en políticas educativas y sociales, y disputar el sentido común en temas clave. No lo hace como bloque homogéneo, pero sí como actor organizado que aprendió a jugar en el terreno del poder.

El riesgo no está en que un pastor sea candidato. El riesgo está en naturalizar que una cosmovisión religiosa aspire a convertirse en parámetro de política pública para una sociedad plural. Cuando la fe deja de ser experiencia individual o comunitaria y se transforma en criterio de gobierno, la democracia se vuelve más frágil. No por la religión en sí, sino por la pretensión de verdad única que suele acompañarla cuando se politiza.

El 1,8% de Dante Gebel hoy no define nada. Pero la tendencia que lo rodea sí. En una Argentina cansada de promesas incumplidas, la política del púlpito aparece como refugio y como amenaza al mismo tiempo. Refugio para quienes buscan certezas. Amenaza para un sistema democrático que, si no se recompone, corre el riesgo de ser reemplazado por liderazgos que no rinden cuentas, no deliberan y no negocian: predican.

La pregunta no es si Dante Gebel será candidato. La pregunta es qué dice de la política argentina que un pastor empiece a sonar como opción. Y esa respuesta, incómoda pero urgente, interpela mucho más a los partidos que al propio Gebel.

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