

La Unión de Trabajadores Municipales vuelve a estar en el ojo de la tormenta. Esta vez, las denuncias no vienen de la oposición gremial ni de voces externas, sino de adentro. Marcela Banegas, histórica dirigente y exaliada de Pedro Serrudo, encendió la mecha al revelar que el actual secretario general habría montado un circuito de préstamos usurarios utilizando dinero de los propios afiliados.
El mecanismo, según Banegas, es tan simple como grave: Serrudo pediría al Ejecutivo municipal adelantos de la cuota sindical y con esos fondos prestaría dinero a empleados municipales con intereses “desmedidos”. “Me prestaron 100 mil pesos y me cobraron un millón de interés”, contó sobre lo que denuncian varios afiliados.
La declaración no sólo expone una maniobra que, de confirmarse, podría configurar un delito, sino que desnuda el deterioro de la conducción sindical: un gremio que debería defender los derechos de sus trabajadores convertido en prestamista con reglas propias.
“Gracias a Dios, nunca manejé plata de la UTM”, dijo Banegas, deslindando responsabilidades pero admitiendo que los reclamos de los compañeros se multiplican. Y agregó, en un claro mensaje político: “Necesitamos que haya presencias nuevas, compañeros que estén en la lucha. Siempre estuve al lado de Serrudo, pero por la gente, por los municipales”.
La denuncia abre un nuevo frente para Serrudo, acusado reiteradamente de manejar los recursos gremiales a discreción y de perpetuarse en la conducción. Ahora, con la palabra de una exaliada y la sospecha de usura, la crisis interna podría dejar de ser un problema puertas adentro para convertirse en un escándalo judicial.
En un gremio donde la palabra “representación” parece cada vez más lejana, la pregunta que queda flotando es inevitable: ¿quién cuida a los trabajadores cuando su propio sindicato es el que les pasa la factura más cara?.







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