Un club social convertido en caja negra: dentro del negocio de la Feria del Oeste

Salta02/11/2025 Capítulo I: "Usura y administración paralela"
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Feria del OesteEscribana Candelaria Romano junto al "administrador" Ángel Gómez

Hay lugares donde el Estado no entra. Donde el control se hace por fuera de los papeles, los contratos se firman entre apretón de manos y silencio, y el que manda no siempre tiene cargo, pero tiene llave. La Feria del Oeste, dentro del predio del Club San Martín, es uno de esos territorios: un enclave comercial informal que opera a la sombra de la institucionalidad, donde el mercado manda, el club mira para otro lado y una figura emerge como administrador de facto del negocio: Ángel Gómez, alias “Don Ángel”.

Las actas notariales a las que accedió este medio revelan un esquema que funciona a la perfección siempre que nadie haga preguntas. Hasta ahora.

Según los testimonios recogidos por escribanas públicas en presencia de feriantes, realizadas en julio del presente año, la feria se maneja bajo un sistema de alquiler diario —“derecho de piso”— que se paga en efectivo, a mano, y sin constancia formal. Los montos varían, pero la lógica no cambia: $8.000 por día por puesto. Otra modalidad, la más pesada: la “llave”, un pago inicial que puede llegar a $500.000 para acceder al espacio, sin garantía legal y sin contrato con el club. No hay recibos. No hay rendiciones. Hay dinero circulando, y mucho. Y nadie sabe —o nadie quiere decir— dónde termina.

Pero ese no es el único mecanismo. Entre los pasillos, los puesteros hablan de préstamos. Plata fresca cuando falta mercadería, cuando se rompe la heladera, cuando el día fue malo. ¿Quién presta? El mismo que cobra el piso, controlaría la luz y definiría la permanencia de los vendedores: el omnipresente “Don Ángel”.

Una puestera lo dice claro: “El piso se paga sí o sí. Si te atrasás, al día siguiente se paga igual”. Otra admite que desconoce las condiciones del seguro —si existe— y que las mejoras las pagan ellos mismos, pero quedan para la feria. Inversiones privadas en espacio ajeno. Reglas del juego hechas para pocos, cumplidas por muchos.

En los papeles —si es que existen— nada está claro. No es la Municipalidad, no es el Club San Martín, no es una cooperativa. Es un nombre: Ángel Gómez. Cuando la escribana le pidió la documentación que lo habilita a explotar el predio y cobrar alquileres, la respuesta fue simple y contundente: silencio. Negativa a responder. Reserva. Y se negó a firmar.

La feria funciona todos los días. Tiene decenas de puestos. Mueve millones de pesos por mes. Está dentro de un club que nació para contener, formar jóvenes y ser un espacio social, pero terminó convertido en un engranaje informal donde los números no pasan por ventanilla ni por asamblea. El club tiene autoridades formales, estatuto, objetivos sociales, pero la caja, al menos la de la feria, parece tener otros dueños.

No es solo economía a la sombra: es la exportación del modelo del usurero barrial, elevado a escala comercial. Un sistema de dependencia financiera dentro de un espacio público-comunitario, donde quien presta no es un banco ni una mutual. Es alguien con llave, poder y silencio institucional alrededor.

La feria da trabajo, sí. Pero también reproduce precariedad, dependencia y silencio. Y el silencio, cuando se mezcla con dinero en efectivo y ausencia de control estatal, siempre huele mal.

La pregunta es obvia y urgente: ¿Cómo puede un club social permitir —o desconocer— que dentro de su predio opere un circuito económico paralelo donde se alquilan espacios, se cobran “llaves”, y se presta dinero a comerciantes vulnerables sin reglas ni control? La feria está llena de frutas frescas. Pero el modelo de gestión huele a podrido hace rato.

Y ahora que se encendió la luz, hay quienes no están contentos con que se vea la mugre debajo de las mesas. Continuará.

 

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