“Che, qué buena está la peruca”: el micrófono abierto que dejó en offside al radicalismo en Diputados

General04/12/2025 Papelón del longevo

El presidente de la sesión, el octogenario radical Cipolini, quedó expuesto al lanzar comentarios misóginos sobre tres diputadas mientras creía tener el micrófono cerrado. La frase “Che, pero qué buena que está la peruca” desató un escándalo en el recinto, repudios cruzados y una insólita “defensa” del propio legislador, que culpó a la tecnología antes que hacerse cargo.

 
La escena parecía una más del tedio parlamentario hasta que el murmullo de fondo se transformó en escándalo. Durante la sesión en la Cámara de Diputados de la Nación, el radical Gerardo Cipolini, que ocupaba la presidencia del cuerpo, dejó el micrófono abierto y sus comentarios privados quedaron registrados en el sistema de sonido del recinto.

La frase que encendió la mecha fue tan brutal como sintomática. “Che, pero qué buena que está la peruca”, dijo, en referencia a una diputada peronista, mientras se escuchaban también apreciaciones sobre otras dos legisladoras presentes en el recinto.

El comentario machista, clasista y despectivo hacia las mujeres y hacia el peronismo no tardó en generar reacción inmediata en las bancas.

 Repudio transversal y un clima enrarecido

A los pocos segundos, el murmullo se transformó en gritos, pedidos de palabra y reclamos a viva voz. Diputadas de distintos bloques exigieron que Cipolini se retractara en el momento y cuestionaron que un dirigente de más de 80 años, con décadas de trayectoria política, siguiera habilitando este tipo de “chistes” como si nada hubiera cambiado.

Desde las bancas opositoras y oficialistas, el mensaje fue similar: no es un exabrupto aislado, sino la expresión pública de una cultura política que se niega a abandonar el machismo como lenguaje natural del poder. “No somos objeto de comentario, somos representantes electas”, lanzó una de las diputadas, mientras exigía que constara en actas la frase completa del presidente de la sesión. “Esto no es un problema técnico, es un problema cultural y político”, remarcó otra legisladora, visiblemente indignada.
 
La insólita defensa: la culpa es de “la tecnología”

Lejos de dar una disculpa clara y directa, Cipolini eligió un atajo que terminó de hundirlo: culpó al micrófono y a la tecnología. Con un tono entre nervioso y paternalista, intentó minimizar lo sucedido, sugiriendo que “estos sistemas modernos” lo habían expuesto.

La maniobra no hizo más que sumar combustible al fuego. En vez de reconocer que el problema fue lo dicho, intentó instalar que el problema fue que se escuchó. Esa línea defensiva dejó en evidencia una lógica arraigada en sectores de la vieja política: lo que molesta no es el machismo, sino que el machismo quede grabado.

 Un golpe a la imagen del radicalismo

El episodio también pegó de lleno en la interna y en la imagen pública de la UCR. Mientras parte del radicalismo intenta reposicionarse como una fuerza moderada, republicana y defensora de los derechos, la escena de un dirigente octogenario, presidiendo la sesión y calificando a una “peruca” por su cuerpo, perfora cualquier discurso progresista que el partido quiera sostener.

En un Congreso donde conviven nuevas generaciones, agendas feministas y debates sobre paridad, violencia política y acoso, el traspié de Cipolini aparece como la radiografía incómoda de un radicalismo que no termina de resolver su propio conflicto generacional y cultural.

Esta vez, el micrófono jugó en contra. Pero el verdadero ruido no lo hizo la tecnología: lo hizo una cultura política que, aunque pretenda esconderse detrás de un “che, fue un chiste”, sigue demostrando que le cuesta entender que no hay democracia de calidad posible con representantes que se permiten tratar a las mujeres como un chiste de comité.

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