El mes de agosto en la hermosa Salta es una época de transición y contrastes. Se desenvuelve en esta región del noroeste argentino, deteniéndose en los detalles de los lapachos en floración y los cambiantes vientos zonda que alborotan la tierra. Se suceden las celebraciones a la Pachamama y en honor a la Virgen de Urkupiña. Un mes con un escenario único para apreciar la belleza y la renovación que la naturaleza y la cultura nos ofrecen.
Uno siente que agosto en Salta pasa como una melodía de Satie. Lento, a pasitos. Sobre todo cuando el clima acompaña y viste de gris la ciudad, aunque no tan gris, porque ya están en floración los lapachos rosados, y todo es gris y rosado en realidad. Una linda combinación.
Se inicia el momento de transición de estación; el clima está indeciso en estos días, en un tira y afloja entre el fugaz invierno que quiere abandonarnos y el sol que aparece sorpresivamente, un poco apresurado, para reclamar estos cielos.
Le tengo algo de respeto a agosto, pero eso no significa que no me guste. Cuando digo respeto, me refiero a la frase que da título a este texto: "hay que pasar agosto". En mi familia, en particular, es un hecho, ya que es el mes en el que mis abuelos, cada uno en su momento, partieron de este mundo.
Pero es un mes del año que me agrada mucho. Me gusta su paleta de colores. Los lapachos que se asoman; primero los rosados, luego los amarillos y los blancos. Aunque se extraña el verde y hay mucho marrón y gris, que en contraste con la contribución de los lapachos brinda un ambiente en armonía, que eleva y anima cada celebración a la Pachamama que se observa por ahí, y cuantas procesiones imprevistas a la Virgen de Urkupiña se apoderan de las calles de la ciudad, con serpentinas, trajes brillantes y coloridos, y música de tinkus que despierta y te invita a detener el instante y apreciar el paso de la virgencita.
Es el momento del viento zonda que sopla alborotando la tierra, los pastizales, y que a menudo genera fuegos y deja cenizas que la naturaleza se encargará de renovar en los meses siguientes.
Es un mes que, si lo examinamos detenidamente, está cargado de acontecimientos. Quizás por eso también pasa lentamente, para dar tiempo a que cada cosa ocurra y a que nos preparemos para la carrera hacia el final del año, ya que después de agosto, todos sabemos que en un abrir y cerrar de ojos estaremos al final del año.
Así que respiremos tranquilos y avanzamos al ritmo interno de "Gymnopédies" sonando. Si lo tomamos con calma, tendremos el tiempo de disfrutar de todo lo que sucede y prepararnos para pisar a fondo el acelerador en los últimos meses del año.
En definitiva, agosto en Salta se presenta como un mes de transición, lleno de matices y cambios sutiles. Su paleta de colores, representada por los lapachos en flor, contrasta con los tonos grises y marrones que marcan la temporada. Aunque a veces parezca que avanza con lentitud, este mes nos brinda la oportunidad de reflexionar sobre la conexión con la naturaleza y de apreciar la belleza que puede surgir en los momentos más inesperados, como la aparición de la Virgen de Urkupiña en medio de la ciudad. El viento zonda, alborotando la tierra y dejando cenizas a su paso, nos recuerda la capacidad de la naturaleza para renovarse y florecer una vez más.
Con esta perspectiva enmarcada en el telón de agosto en Salta, caminamos hacia el futuro con un corazón lleno de gratitud y una mirada expectante. Como los lapachos que despiertan sus pétalos ante el abrazo tímido del sol, comprendemos que cada etapa de la vida, incluso aquella que parece tejerse con la cadencia pausada de los días de invierno, tiene un motivo profundo y una razón de ser.
En cada pincelada de gris y rosado que la ciudad adopta durante esta temporada de transición, encontramos la metáfora de nuestra propia jornada. Los lapachos, símbolos vivos de resiliencia, nos enseñan que la belleza y la fuerza pueden brotar incluso en los momentos más austeros. Como el viento zonda que agita la tierra y los pastizales, las dificultades que atravesamos pueden dejar cenizas en su estela, pero estas mismas cenizas son el fertilizante que la naturaleza utilizará para forjar un nuevo ciclo de vida y crecimiento.
Así, en el silencio apacible de agosto, encontramos un eco de la vida misma: un recordatorio poético de que cada día, cada mes, cada estación, son fragmentos de un tapiz más grande, tejido con hilos de experiencia y marcado por colores que trascienden los grises. Con una mirada serena y la melodía de la contemplación, avanzamos, confiados en que las páginas del calendario solo ocultan capítulos por descubrir, y que en cada uno de ellos, hallaremos la promesa del renacimiento y el crecimiento que nos conduce a la próxima etapa de nuestro viaje.
Fin.