La felicidad de los normales: la novela gótica norteña de Medina

General11/01/2024Mariano ArancibiaMariano Arancibia
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Daniel Medina

Daniel Medina nació en Metán el 11 de noviembre de 1981. Estudió Ciencias de la Comunicación y Letras. Trabaja desde los 18 años en distintos medios de comunicación. Realizó talleres de cine y guion, con Alejandro Arroz y Lucrecia Martel, entre otros, y crítica de cine, con Claudio Huck. Dirigió y escribió guiones de cortometrajes.

En 2013 participó de la antología de crónicas “A 26 manos”, editada por el semanario Cuarto Poder.  En 2014 publicó el libro de cuentos Oparricidios, a través de la editorial jujeña Intravenosa y en 2018 su novela Detrás de las imágenes, con la editorial Nudista, a cargo de Martín Maigua. Fue jurado del concurso provincial de cuentos, organizado por la Cámara de Diputados de Salta, en 2015; también del concurso organizado en la misma categoría de la Universidad Nacional de Salta, en 2018.

De la mano de Nudista acaba de publicar La felicidad de los normales que se presentó el  viernes 12 de enero, a las 19 horas en Alvarado 426.

Hablemos de tu novela más reciente. ¿De qué se trata fundamentalmente?

Podríamos decir que es básicamente sobre un padre que busca a su hija desaparecida. Pero los detalles son importantes: Este padre es un trabajador de un "troll center", que además está obligado a cuidar a su progenitor, un ex genocida con Alzheimer que está en silla de ruedas.

¿Qué inspiró la escritura y cómo fue el proceso?

Una novela larga como esta (casi 400 páginas) tiene muchas influencias.  Al comienzo solo sentí la necesidad de escribir sobre una familia disfuncional, pero una novela tiende al caos y va mutando sin que uno se dé cuenta. Eso, que es lo más lindo de la novela, también es lo más aterrador: uno no sabe qué construye, mucho menos si eso será publicable o tendrá algún sentido.

El primer borrador de esta novela es de finales de 2018, si no me equivoco. Escribía una hora por día, a veces dos. Tenía que estar a las 9 de la mañana en el trabajo, así que me despertaba a las 6 y golpeaba las teclas hasta que ya era hora de bañarse y tomar el colectivo.

Fue una buena experiencia: habitar mucho tiempo dentro de un texto de permite pensar pequeños detalles que suman mucho.  Después estuve un año más corrigiendo y retocando y reescribiendo. El nacimiento de mi hija me llevó a replantear varios tramos del libro, sobre la figura paterna de dos personajes. Yo perdí a mi padre cuando tenía 10 años, y me costó mucho construir esa figura de padre. Quizá fue lo más difícil de la novela.

Volviendo al proceso creativo: Supongo que lo ideal sería poder sentarse tres o cuatro horas por día, como hace Stephen King, pero yo no vivo de esto, así  que no queda otra que solo dedicarle los tiempos libres.  Uno de los grandes desafíos de un escritor es crear tiempo para escribir.

En estos tiempos de corrección política, el personaje central de la novela es racista, misógino... es una máquina de odiar. ¿No tuviste miedo de plantear un personaje así?

Supongo que tengo Fe en que los lectores saben distinguir entre narrador y autor. Además, me parece que el libro no respalda estas posiciones. Sí creo que son temas que hay que mostrar porque son parte de nuestra cotidianeidad. Usar palabras como “mataco” o “boliviano” como insultos es bastante común, no se puede ocultar algo así. El personaje principal, que además es el narrador es racista, misógino, tiene fobia a los gérmenes, a envejecer. Es odiable, por eso me gusta.

Este personaje trabaja como “troll” en un call center gubernamental, qué opinas sobre estos oficios de la era digital?

Me interesan las nuevas formas de ganarse la vida, sí. Y las posibilidades narrativas que ofrecen. En este caso también quería mostrar esos linchamientos mediáticos y cómo se usan las redes para manipular la realidad. Internet le ha quitado fuerza a la realidad y eso es atroz en muchos sentidos, pero brinda posibilidades narrativas muy grandes.

Literatura y periodismo

¿Cómo describirías tu estilo literario?

Ni idea. Me gusta el humor negro y el grotesco. Fabián Soberón habla de "Gótico Norteño" y me incluye en esa categoría, que dialoga con el gótico sureño norteamericano. Intento no etiquetarme.

¿Qué autores o corrientes literarias han influido?

Supongo que los escritores postmodernistas. Sé por ejemplo que hay una parte de este libro que no hubiera escrito de no haber leído a David Markson. Pero al mismo tiempo creo que por ahí anda el fantasma de John Irving, un narrador completamente decimonónico. Debe haber más influencias, esas son las que se me hacen evidente en este momento.

¿Hay alguna obra o autor salteño que haya dejado una marca importante en tu escritura?

Leo a muchos autores (y autoras) de Salta y quizá algo de eso queda. Una vez me dijeron que en la forma de terminar un cuento había algunos rasgos de Carlos Hugo Aparicio. Y, si bien yo no lo había notado, sí creo que puede ser, solo que debe llegar muy matizado: Aparicio escribe sobre un barrio que ya no existe. Y la misma forma de hablar de los salteños ha cambiado.

¿Cómo describirías la escena literaria actual en Salta?

El ecosistema ha adquirido una mayor complejidad y riqueza con la proliferación de talleres literarios, lo que ha llevado a un aumento en la formación de personas. A largo plazo, este fenómeno dará sus frutos. También es positivo ver la entrada positiva de personas que anteriormente residían en otras provincias al ámbito literario local. Contribuyen significativamente con diversas perspectivas y lecturas enriquecedoras.

Hay un problema de larga data: en Salta siempre se forman grupos, que terminan funcionando como islas. El mapa cultural salteño está lleno de islas que no tienen contacto entre sí. Esto se va a agravar por la crisis económica: comprar un libro ha pasado a ser un lujo en el país.

La crisis económica puede tener una repercusión nefasta para la cultura en Salta (y también en otras provincias) y es que puede quedar en manos de una sola clase social que tendrá el tiempo y el dinero para acceder a estas prácticas.

¿Cuáles consideras que son los mayores desafíos para los escritores contemporáneos a nivel local?

Lamentablemente los desafíos son los mismos de siempre: sigue siendo difícil publicar y aún más hacer que los textos circulen. Pienso especialmente en quienes escriben narrativa. Los poetas han logrado construir un circuito virtual y también oral (encuentros de lectura); pero es más difícil para quienes escriben cuentos y novelas. Yo he tenido mucha suerte, porque Martín Maigua realizó una gran apuesta al publicar una novela de 400 páginas

Tenés un cuento dedicado a los videojuegos y en tus dos novelas también hay personajes que se dedican a jugar.  ¿Por qué esa obsesión?

Hay varios motivos. Primero porque creo que hay videojuegos que son artefactos narrativos tan inteligentes y demandantes como una gran novela. También es una forma de dar gracias: los videojuegos fueron un salvavidas en una época de mi vida. Alcanza con apretar un botón para ingresar a otro mundo, a otra realidad, donde uno es el protagonista y donde también se aprende de los errores a base de volver a pasar las misiones. Por otra parte, en la novela me permite incrustar espacios futuristas o de fantasía, dentro de  una estructura que suele ser realista. Es una bocanada de aire fresco.

¿Cuáles crees que son los desafíos y las ventajas de ser tanto periodista como escritor? ¿Cómo equilibras ambas vocaciones y las integras en tu vida creativa?

Además de que muchos artículos son piezas literarias (pienso en Leila Guerriero, en "Black Out" de María Moreno y en un largo etcétera), ser periodista ha contribuido en gran medida a hacerme un mejor escritor. Mi primer trabajo lo tuve a los 19 años en una agencia de noticias, donde tenía que transcribir entrevistas que realizaban otros y darles formato de artículo informativo. Lo hacía durante cuatro horas todos los días. Esto me dio la idea de que la escritura es un trabajo.

Me ayudó a desechar la noción de musas o inspiración. Las musas pueden servir a los poetas, pero no a los novelistas. Un novelista tiene que ser un obrero. En esa agencia, también desarrollé un oído y habilidad para convertir relatos orales en algo que se leería. Además, en los grupos literarios, muchas personas pensaban que un texto debía mantenerse puro y no ser corregido. El periodismo me enseñó a replantear el texto. En la primera redacción en la que trabajé, cuando el editor te decía "el primer párrafo no se entiende", te sentabas y lo reformulabas.

El periodismo también me proporcionó algo importante: los compañeros. Son ambientes intelectuales muy estimulantes. En la primera redacción, yo era el más joven y estaba rodeado de personas de 30, 40, 50 años con formaciones muy diversas (historiadores, abogados, filósofos, estudiantes de Letras). Todos leían mucho, con gustos diferentes. Yo guardaba silencio, escuchaba y aprendía. Recuerdo que en la agencia de noticias había un momento sagrado: a las 11.30 sonaba un tango en una emisora, y Ricardo López desconectaba sus auriculares para que escucháramos los demás, dejábamos de golpear las teclas para disfrutarlo.

En ese momento, no sabía quiénes eran Enrique Santos Discépolo ni Homero Manzi, pero ahora puedo recitar de memoria algunos de sus temas. Y hace poco estuve en una redacción donde yo era el "viejo" y ahí aprendí algo sobre trap.

Otra cosa: las redacciones me ayudaron a ser menos "ceremonioso" con el momento de escritura. Al comienzo no me sentaba a escribir hasta que no hubiera silencio y no tuviera el mate lista y música clásica lista para reproducir. Pero en una redacción uno escribe pese a que hay tres televisores sonando a todo volumen y compañeros hablando o gritando y hay alguien escribiéndote en el chat. Si uno espero el momento perfecto no escribe nunca.

Hay algo fundamental en este oficio: te obliga a salir de casa. A los 19 años, podría haber estado encerrado todo el día leyendo o viendo películas, en plan Borges, sin entrar en contacto con la realidad. Pero ser periodista significa entrar en contacto con otras realidades. Hablar y escuchar a personas que viven en circunstancias que yo ni siquiera podía imaginar.

Hace unos años, en la misma semana, estuve en Santa Victoria Este porque venía un presidente y estuve en contacto con miembros de las comunidades originarias. Pocos días después, estaba en Mar del Plata, en el Coloquio de IDEA, hospedado en un hotel de 5 estrellas pagado por los organizadores. Ninguno de esos mundos es el mío, pero intenté comprenderlos. Un buen periodista escucha y aprende de los problemas que las  personas quieren comunicar. El peor periodista es aquel que solo busca confirmar sus prejuicios. Hay que estar abierto a lo que está sucediendo. Conocer otras realidades te convierte en un mejor escritor, pero sobre todo, en un mejor ser humano.

¿Qué opinas sobre el clásico dilema: si un escritor nace o se hace?

Se nace con cierto talento, pero eso por lo general no alcanza. También hay que tener algo para decir. Y Hace falta mucha paciencia para ir adquiriendo herramientas o técnicas. Yo intento hacer talleres todo el tiempo. Hice talleres de policial, de fantasía, de teatro, de guion de cine, etc.  Siempre se aprende algo, ya sea del tallerista o de los mismos compañeros. De última es un momento en el que puedo entrar en modo escritor y reflexionar sobre algo que estoy escribiendo.

 ¿Hay alguna nueva obra en camino?

Hay una novela, a la que le faltan un par de retoques. Y durante el 2023 me dediqué solo a escribir cuentos, supongo que tarde o temprano terminarán formando un libro; pero no creo que sea este año. Todo indica que el 2024 será más duro para todos.

 

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