

Un día como hoy, pero de 1810, el Cabildo de Buenos Aires no era solo un edificio de piedra y cal, sino el corazón palpitante de una pugna histórica. Afuera, la multitud se juntaba y organizaba, impaciente y expectante, con un grito silencioso que exigía un nuevo orden. Dentro de esos muros coloniales, se libraba una batalla política que definiría el futuro de estas tierras.
La renuncia del virrey Cisneros, arrancada a la fuerza por la presión popular, había abierto una grieta. El pueblo quería una Junta de gobierno que lo representara de verdad. Sin embargo, los conservadores, aferrados a la vieja legitimidad de la corona española, no se daban por vencidos.
La jugada desesperada de los conservadores fue proponer una Junta presidida por el propio Cisneros, un intento burdo de mantener la ficción del poder virreinal. La respuesta fue un rechazo rotundo, un rugido de desaprobación que hizo temblar los cimientos de la Plaza de Mayo.
Este 24 de mayo no fue un día de espadas desenvainadas, sino de intrigas y negociaciones febriles. Fue la jornada en que la minoría ilustrada, aquellos hombres que venían soñando con la independencia en tertulias clandestinas, comprendió la fuerza incontenible del pueblo. La obstinación de quienes aún miraban hacia España chocó de frente con la determinación de quienes exigían un cambio radical, una ruptura con el pasado colonial.
La noche que se avecinaba sería crucial. El fracaso de la maniobra del Cabildo dejó claro que la gente no se conformaría con soluciones a medias. La semilla de la autonomía, sembrada años atrás, estaba a punto de brotar con fuerza. El 25 de mayo, que amanecería al día siguiente, ya no sería una fecha más en el calendario, sino la culminación de un proceso que hoy, en este tenso 24 de mayo, alcanzaba su punto de ebullición.
El Cabildo, hace 215 años, no fue solo una construcción, sino un termómetro de la voluntad popular, marcando la fiebre de un pueblo que se negaba a seguir siendo súbdito y se preparaba para ser dueño de su destino. La historia, expectante, aguardaba el desenlace de esas horas decisivas que cambiaron para siempre el rumbo del Río de la Plata.
El 24 de mayo fue el día en que se hizo evidente que la vieja autoridad española no podía sostenerse más, y que la presión del pueblo y de los líderes revolucionarios era tan fuerte que no se podía seguir ignorando. Fue el empujón final que llevó a la formación de la Primera Junta de Gobierno al día siguiente, el 25 de mayo.



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