Mantener la calma

Tejer es una actividad que ha existido durante siglos y que ofrece una amplia gama de beneficios para las personas que lo practican. Además de ser un oficio, una forma creativa de expresión, el tejido proporciona numerosas ventajas tanto a nivel físico como mental y emocional.

01/07/2023

Por: Ines Lopez Barros

En homenaje a Milagros, mi abuela, y Zumo, ser que me ayudo mucho a mantener la calma.

El día en que mi abuela me enseñó a tejer fue por pura insistencia mía. Ella sabía que yo no podía quedarme quieta, y aunque era una niña tranquila, necesitaba mover mi cuerpo. Esto le parecía motivo suficiente para sospechar que el tejido no era para mí. Y tenía razón. No es de extrañar que mi concentración mejoraría ampliamente el día que empecé a practicar patinaje artístico, además de asistir al colegio, por aquellos años.

Al recordar, volviendo el tiempo atrás, veía a mi abuela tejer y quedaba cautivada por la escena, como si estuviera suspendida en el tiempo y  espacio. Era como si mi abuela estuviera en una burbuja desconectada de todo lo demás. Sus dedos se cruzaban coordinadamente, como en un baile, y su presencia parecía no estar realmente allí, lo que se podría decir "estar pero no estar". Algo mágico ocurría, y yo lo podía percibir.

Mi abuela, con mucho orgullo, trabajó casi toda su vida en la dirección de Inmuebles de Salta. Además, daba clases particulares de tejido por las tardes a algunas alumnas del tradicional colegio Santa Rosa, donde el tejido era una materia.

Mi hermana heredó de mi abuela la destreza para tejer en punto crochet, que se realiza con una sola aguja, y ha creado cosas hermosas, ya que realmente sabe hacerlo muy bien.

Por otro lado, yo insistía constantemente a mi abuela para que me enseñara algún punto, cualquier punto, porque en realidad, más que tejer, quería experimentar la sensación que percibía al verla hacerlo. Quería vivenciar ese momento de magia que, para mí, ella alcanzaba al tejer.

Volviendo al día en que mi abuela me enseñó a tejer, recuerdo que me encontraba sentada en la escalera que llevaba a la terraza de su casa, con todo el material listo, intentando inventar algún tejido por mi cuenta. En un momento, ella me vio y creo que logré conmoverla emocionalmente, su disposición pasó de ser negativa a positiva. Se sentó a mi lado, en las escaleras, y finalmente obtuve mi primera y única clase de tejido con mi abuela. Fue suficiente. El punto elegido fue el Santa Clara. No me costó tanto coordinar el baile de los dedos. Tejí algunas líneas esa tarde y algunas más en las siguientes.

No tenía planes de tejer una manta, ni siquiera una bufanda, pero aprendí a tejer el punto Santa Clara en una tarde. Lo practiqué durante dos tardes más y luego nunca más. Nunca más, hasta que años atrás, en abril de 2020, una pandemia sorpresiva nos encerró a todos en nuestras casas. La soledad y la espera me trajeron a la memoria ese baile  coordinado de las manos, agujas y lana. Por casualidad  o  más bien necesidad, en los últimos años, he vuelto a tejer en varias oportunidades, nunca con un plan real de tejer una pieza, sino con la necesidad de sentarme a tejer. Y recién ahora en esta etapa de mi vida, puedo conectar con ese momento tal como lo hacía mi abuela.

Todos los pensamientos en mi cabeza se detienen, el dolor en mi corazón se calma, el tiempo y el espacio  paran. Soy yo, la danza perfecta de mis dedos y la forma en que aprendí a detenerme y estar en calma.

Porque cuando mi abuela me enseñó a tejer, en realidad me enseñó a mantener la calma. Tejer no se trata solo de hacer prendas, sino también de mantener la calma frente a la adversidad y de tejer hilos invisibles que remiendan corazones rotos.

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